martes, 27 de julio de 2010

Anécdota de un general "mordelón"


El general Valentín Romano López hoy está en la escena pública al ofrecer su colaboración al gobierno federal en las indagatorias contra los reos que abandonaban el penal de Gómez Palacio para matar, con permiso de las autoridades penitenciarias.

El militar es actualmente secretario de Seguridad Pública del estado de Durango y cuenta con varios años ocupando cargos como servidor público.

Fue escolta de Carlos Salinas y fungió como director de la Policía Bancaria e Industrial (PBI), corporación de paga pero dependiente de la Secretaría de Seguridad Pública del DF en la época de Óscar Espinosa Villarreal como regente capitalino.

Recientemente fue víctima de un atentado del que resultó ileso y la prensa local lo ha acusado de narco sin sustentar lo suficiente estos señalamientos. Es decir, el hombre ha tenido que sortear estas situaciones que seguramente han enriquecido su anecdotario personal.

Sin embargo, debe recordar que el 29 de diciembre de 1996 vivió una experiencia vergonzosa y hasta chusca para su rango. Él ya era general y todo ocurrió después de que cometió una infracción vial en la Ciudad de México, donde ya era funcionario.

Romano ocupaba el puesto de director de la PBI como parte del equipo de militares que habían llegado a la capital para vencer la inseguridad pública, grupo encabezado por el general de División Enrique Salgado Cordero, tristemente célebre porque algunos de sus militares se vieron envueltos en la muerte de seis jóvenes en la colonia Buenos Aires, después de un desafortunado operativo.

Aquel día de hace más de 13 años, el general Valentín fue sorprendido por dos policías viales cometiendo una falta al Reglamento de Tránsito. Por alguna razón vestía de civil y no logró identificarse como el director de la Bancaria e Industrial. Digamos que estaba "franco", de descanso.

Los agentes, celosos de su deber, impidieron que el general, con actitud prepotente, se fuera sin recibir su respectiva infracción. Desesperado y percatándose que no era más que un ciudadano común, sin identificación y sin pistola, no encontró otra forma de escapar de los uniformados más que defendiéndose con las armas que tenía a la mano; es decir, con su propio cuerpo... y repelió el ataque a mordidas.

Romano López tomó el brazo de uno de los agentes y clavó en él sus dientes con tal fuerza que semanas después la marca de la herida continuaba ahí, según lo mostró el agredido en las denuncias posteriores que presentó.

Al final el militar libró la detención pero el episodio se reprodujo para su mala suerte. Cuando dio la cara a la prensa, su versión, en la que destacaba que lo habían atacado 22 policías, fue la siguiente:

"Tantito más y un policía me mata, me sacudía con la 'llave china' y le di una mordida porque estaba a punto de desmayarme. Me defendí porque los policías me querían matar", declaró en aquella ocasión el indignado general.

Diplomado del Estado Mayor Presidencial, el hoy jefe de la policía de Durango seguramente está más curtido en esas cosas de defenderse al enfrentarse a problemas mucho mayores.

Pero aquel hecho, en el que sus "agresores" no fueron narcotraficantes, sicarios o reos vendidos, ya quedó en la memoria colectiva.

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