miércoles, 8 de septiembre de 2010

Un balazo en la cabeza (Columna invitada)

Mi nombre es Alberto Rodríguez González y escribo para denunciar el clima de inseguridad y violencia que amenaza cotidianamente a los pacientes que acuden en busca de atención médica al Centro Dermatológico Ladislao de la Pascua, dependiente de la Secretaría de Salud del Gobierno del Distrito Federal.

El pasado 1 de septiembre acudí a dicha clínica y mientras hacía cola en espera de atención, fui agredido y amenazado de muerte por uno de los vendedores ambulantes que se colocan afuera del centro. A continuación incluyo una sucinta crónica de los hechos.

Amenazas de muerte en clínica del GDF: Un balazo en la cabeza

¿De qué morimos los mexicanos? Diabetes, cáncer y enfermedades cardiacas son las principales causas de muerte en el país, responde de inmediato el INEGI desde su página de internet.

En mi caso particular, dado que mi historia familiar registra una triste muerte por cáncer de piel, la gama de posibilidades se acentúa en este mal. Así pues, la ley de probabilidades me depara una eventual muerte por cáncer o quizá… baleado por invadir el árbol de un ambulante.

En efecto, irónicamente la inquietud de preservar mi vida ante un posible caso de cáncer de piel me llevó al Centro Dermatológico Dr. Ladislao de la Pascua, donde uno de los vendedores ambulantes apostados a la entrada de la clínica me amenazó con darme muerte con un tiro en la cabeza.

Claro, quizá la amenaza se tratara sólo de una bravuconada. Quizá, quizá, quizá, pero los 28 mil asesinatos de los últimos cuatro años y las exuberantes cifras de impunidad en el tráfico y posesión de armas ilegales transformaban la bravata en una probabilidad palpable y escalofriante.

A continuación, la historia:

El Centro Dermatológico Dr. Ladislao de la Pascua es en sí mismo una ironía involuntaria, por un lado, es reputado como el mejor centro en su especialidad en toda Latinoamérica, pero a la vez está ubicado en la calle de Dr. Vértiz número 464, en medio de la tristemente célebre colonia Buenos Aires, conocida y temida como una de las más peligrosas de la ciudad.

La fama y la ubicación del Centro logran una combinación paradójica, gracias a la cual obtener una consulta se convierte en una aventura épica, pues ante la gran demanda de sus servicios es menester adentrarse en plena madrugada en una zona de reconocida peligrosidad.

Sin embargo, como muchos otros habitantes de la ciudad de la zona metropolitana emprendí el lance impulsado por la necesidad de descartar la malignidad de ciertas verrugas que recientemente habían aparecido en mi cuello, el cual, vale decirlo, expuse peligrosamente en la aventura.

Es sabido que ante la demanda de atención en este afamado centro de salud, que integra parte de los servicios de la Secretaría de Salud del Gobierno del Distrito Federal, es necesario prácticamente pernoctar en el lugar con la esperanza de ser agraciado con una consulta.

Ciertas historias narran casos de pacientes procedentes de colonias lejanas que ante la imposibilidad de costear un taxi en la madrugada llegan por la noche a dormir en la acera del inmueble, desafiando el frío, la lluvia y la delincuencia.

Mi caso es menos extremo pues vivo muy cerca del Centro, apenas a unos diez o quince minutos en bicicleta. Sí, en esa bicicleta cuyo uso como transporte masivo promueve el gobierno de Marcelo Ebrard.

Así las cosas, a las 4:15 horas de la mañana del 1 de septiembre monté mi velocípedo y luego de atravesar las tenebrosas calles de la Buenos Aires (Apunte cultural: a sólo unas cuadras del centro de salud se ubica uno de los altares más impresionantes que se hayan visto a la Santa Muerte) y a las 4:30 horas llegué al lugar.

Aseguré mi vehículo a un árbol ubicado justo frente a la entrada de la clínica y me formé, aliviado ante lo apenas incipiente de la cola.

A los pocos minutos comenzaron a llegar varias camionetas para descargar los alimentos ofrecidos cotidianamente por los vendedores ambulantes a los macilentos pacientes que esperan expuestos al sereno de la madrugada. Ollas de atole y tamales, charolas de pan de dulce, termos con café y leche caliente, mesas y sillas fueron bajadas en segundos por los afanados vendedores.

Junto con las camionetas llega discretamente un triciclo rojo que se detiene frente al árbol donde está mi bici. A los pocos minutos, se escucha un rumor que avanza desde la cabeza de la fila hacia atrás. “¿Qué de quién es la bicicleta?”, escucho frente a mi.

A duras penas salgo de mi modorra, alzó la mano y sin reflexionarlo me acercó al hombre del triciclo, un joven de unos veintitantos años, uno que nos gustaría verlo más bien caminito de la escuela y no levantando su infame changarro.

Al acercarme, el mozalbete me exige quitar mi bici de su árbol. “Sí la quito, pero al menos un por favor, ¿no?”, respondo súbitamente indignado por lo perentorio de la demanda, ello fue suficiente para desatar una andanada de insultos en crescendo.

Primero, el consabido reto a golpes y las amenazas de desfigurarle a uno el rostro, después toda clase de injurias sexistas y homofóbicas: “Esos son los más putitos, primero salen muy bravos y cuando les parten la madre están chillando como pinches viejas”. Después, a quemarropa, la amenaza: “Por eso los matan, por eso amanecen tirados con una pinche bala en la cabeza”.

Una pinche bala en la cabeza… ¿En realidad cargaba un arma? La incertidumbre y Kaliman aconsejaban prudencia y serenidad. Me arme de paciencia y busque un nuevo lugar para mi bicicleta y mientras mascullaba algo sobre la legalidad y el respeto a la vía pública, escuché la sentencia indiscutible: “Este es mi lugar porque pago por él”. Con un bufido, el tipo se dio la vuelta, encadenó el triciclo a su árbol, luego se fue, para regresar unos minutos después en un auto, descargó su puesto y tranquilamente comenzó a ofrecer su mercancía. “Páaaasele, tenemos pan de dulce, café de olla y atooleeeeees".

Las preguntas

Cada noche y madrugada al menos unas doscientas personas, entre ellas madres, padres, niños pequeños, incluso de brazos y muchos ancianos, llegan a las afueras del Centro Dermatológico Dr. Ladislao Pascua del Gobierno del Distrito Federal algunos incluso duermen en el lugar, ¿acaso alguno de estos desprevenidos pacientes sospechará siquiera que frente a ellos, tras la fachada de un inofensivo vendedor de panes, se esconde un violento y agresivo sujeto, quizá armado?

¿Saben las autoridades del Centro que cada noche y madrugada cientos de pacientes conviven con el riesgo de padecer una violencia desatada al menor pretexto? ¿Lo imaginan siquiera las autoridades de la Secretaría de Salud del Gobierno del Distrito Federal, lo sabe la Jefatura de la Delegación Cuauhtémoc, lo sabrá la Secretaría de Seguridad Pública?

“Este lugar es mío porque yo lo pagué”, espetó el ambulante. Si así es, ¿a quién le pago, a la Dirección del Centro Dermatológico, a la Delegación Cuauhtémoc, al Gobierno del Distrito Federal, a su representante ante el la Asamblea Legislativa, quizá?

Seguramente, inmersos en la esperanza del alivio, los pacientes ni siquiera sospechan del riesgo, pero ¿y las autoridades? Si ellas no lo saben, tampoco les interesa saberlo, pues cuando intenté apelar a los mandos policiales y civiles del Centro, la tibieza fue la respuesta. Los policías auxiliares dentro de la clínica explicaron que ellos nada podían hacer, que no era su jurisdicción por ser ellos intramuros. “Salga y busque una patrulla”, aconsejaron.

Ante la muralla de indiferencia azul, acudí a la Dirección del Centro, donde topé con una pétrea secretaría quien sugirió depositar una queja en el Buzón de Sugerencias.

El asunto es grave intenté explicarle, estamos hablando de la presencia de personas violentas y probablemente armadas afuera de la clínica, en contacto directo con los pacientes. Sabiamente sopesó la contingencia y dictaminó, “si es un asunto de seguridad, le toca a Administración, primer piso a la izquierda”.

En la Subdirección de Administración, una mujer de adustas antiparras afirmó, “eso le toca al señor Luis, anda de bata azul por ahí afuera”. El señor Luis repitió la recomendación, “deposite su queja”.

Un poco más sensible, ante mi insistencia sugirió una ingeniosa estratagema, “regresé mañana a la misma hora, ponga su bicicleta en el mismo lugar y si pasa algo mandamos una patrulla”. Alelado y virginal expliqué, hoy llegué a las 4 y media de la mañana porque era mi cita de primera vez, la próxima consulta es el primero de diciembre, a las 8 de la mañana. Ahhhh, entonces no, no podemos hacerlo venir a las 4 otra vez, deposite su queja, es lo mejor, rectificó.

Para ganar mi confianza en la efectividad del Buzón de Sugerencias, el hombre de la bata azul y angelito en la solapa, detalló que cada ocho días, sin excusa ni pretexto, un enviado directo de la Secretaría de Salud, completamente ajeno al Centro, recogía las quejas y sugerencias para hacerlas llegar directo al escritorio del Secretario. ¿Será?

Suspiré, regresé la espada a su vaina y desenfundé la pluma, en el breve, pero insospechadamente poderoso “formato de sugerencias” intenté condensar el incidente del árbol y la “pinche bala en la cabeza” y, acompañado del señor Luis (¿ese era su nombre?), solemnemente deposité el papel en la urna.

Ahora esperemos ocho días a que la misiva llegué a su destino, mientras tanto recuerde, si visita el Centro Dermatológico Dr. Ladislao Pascua, pregunte a quién pertenecen los árboles de la colonia Buenos Aires, usar indebidamente uno de ellos, le podría ganar una piche bala en la cabeza.

4 comentarios:

  1. Hola! qué historiass... oye y por lo menos valió la pena? qué tal la consulta? Estoy pensando en pedir cita (o por lo que veo, mejor dicho hacer "cola") porque buscando por internet aparece como un centro de calidad. Pero si es lo mismo que ir al Seguro y que me manden una aspirina, mejor me ahorro el coraje, y voy a uno privado.

    Ojalá puedas responder, gracias!

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  2. Mi hermano que murió de otra cosa fue apuñalado a la entrada de dicho centro. Necesitaba un certificado de que no tenía una infección; le diagnosticaron un cancer de piel avanzado (que sí tenía) le dieron su papelito y quedó con una cicatriz... No, no por el cáncer; por la puñalada

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  3. ¿Y denunciaste?
    ¿Le hablaste a una patrulla?
    Porque de nada sirve sólo quejarnos por internet si nos meten en las cifras negras, sí, aquellas que las personas especializadas en estadísticas se figuran que deben de ser los números reales de violencia en el país.

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    1. No me asusten, yo quiero acudir a una cita pero con estas historias me da miedo ir, ni con compañías me siento segura, voy a solicitar mi cita por teléfono haber si asi es mas seguro.

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